Persona fotografiando un mural en una calle de Lima, manteniendo distancia y sin tapar el paso de los vecinos

Cómo documentar arte urbano: fotografía, vídeo y respeto por la obra

El arte urbano aparece y desaparece todo el tiempo. Un mural puede durar años, pero también puede taparse en semanas por obras, afiches, humedad o nuevas pintas. Por eso la documentación —fotos, vídeos, descripciones— se vuelve clave para que esas piezas no se pierdan del todo cuando la pared cambie. Documentar no es solo “tomar una foto bonita”: es registrar cómo se ve el muro, dónde está, qué pasa alrededor y qué cuenta sobre la ciudad en ese momento.

Al mismo tiempo, cada vez hay más cámaras apuntando a los murales: celulares, cámaras profesionales, drones, vlogs. No todas esas miradas son iguales. Algunas respetan a la obra, al artista y al barrio; otras tratan el mural como mero fondo para una pose o invaden procesos sin permiso. Este texto propone una forma de documentar que combina técnica básica de fotografía y vídeo con algo igual de importante: cuidado por las personas y por el contexto donde aparece el arte urbano.

La idea no es convertirte en fotógrafo profesional de murales de la noche a la mañana, sino darte herramientas simples para que tus registros sirvan de algo: para la memoria, para compartir procesos sin exponer a nadie de más, para mostrar escenas de arte urbano en tu ciudad sin borrar lo que las rodea. Documentar bien también es otra manera de apoyar una escena, no solo de consumirla.

Por qué documentar arte urbano

Documentar es, en primer lugar, conservar. Cuando haces una foto o un vídeo de un mural, capturas no solo la imagen sino el estado de una esquina en un momento concreto: el tipo de luz, los carteles pegados al costado, los negocios abiertos, la ropa de la gente que pasa. Años después, esa imagen sirve para recordar cómo era un barrio, qué temas estaban en los muros y qué tipo de ciudad estábamos habitando.

También es una forma de difundir, pero con matices. Una buena documentación permite que personas que no pueden viajar o que no pasan por ese barrio conozcan lo que se está haciendo. Puede ayudar a artistas a mostrar su trabajo a festivales, marcas o instituciones, siempre que cuenten con su autorización. Pero no todo tiene que viralizarse: a veces el registro tiene más sentido como archivo privado, proyecto de investigación o memoria comunitaria.

Por último, documentar sirve para aprender a mirar. Cuando te tomas el tiempo de encuadrar un mural, de registrar detalles, de escribir dónde está y quién lo hizo, empiezas a notar conexiones entre escenas, barrios, estilos y temas. Dejas de ver el arte urbano como “pared bonita” y comienzas a leerlo como lenguaje que se repite con variaciones en distintas partes de la ciudad.

Fotografiar murales: contexto, luz y encuadre

La tentación habitual es pararse justo frente al muro y llenar el cuadro solo con la pintura. Esa foto puede ser útil para ver el diseño, pero pierde algo importante: el diálogo con el entorno. Siempre que puedas, haz al menos tres tipos de toma: una general donde se vea el mural y la calle, otra más cercana que permita leer la pieza y una tercera de detalles específicos.

El contexto incluye veredas, postes, paraderos, tiendas, cables, personas que pasan. No se trata de “limpiar” la realidad, sino de mostrar dónde vive ese mural. Una pared pintada en un pasaje tranquilo no se siente igual que la misma imagen pegada a una avenida llena de combis; tu encuadre puede ayudar a que eso se entienda. A veces basta con dar unos pasos atrás o cruzar la calle para lograr una foto que sitúe mejor la obra.

La luz también importa. Los murales suelen verse mejor en la mañana o hacia el final de la tarde, cuando el sol no pega directo y los colores no se achatan. Si solo tienes un celular, prueba a tocar la pantalla sobre la parte más importante del mural para que la cámara mida bien la exposición. Evita el flash frontal: aplana la imagen y genera reflejos feos en superficies brillantes.

Detalles que no se ven a simple vista

Además de la toma general, vale la pena acercarse a los detalles. Firma del artista o del crew, fecha, pequeñas frases escondidas, texturas de la pared, capas de color que muestran trabajos anteriores. Estos recortes ayudan a reconstruir historias después: quién pintó, con quién colaboró, en qué año, qué cambios ha tenido la superficie con el tiempo.

Otra cosa que suele pasarse por alto son las relaciones entre murales cercanos. Si en una misma cuadra hay varias piezas, prueba a fotografiar cómo se encadenan: un personaje que parece mirar al de la pared siguiente, una paleta de colores que se repite, una frase política al lado de una imagen aparentemente “decorativa”. Esa manera de encuadrar también documenta la conversación visual del barrio.

Tomar notas sencillas puede complementar mucho la foto. No hace falta escribir un ensayo: basta con registrar el cruce de calles, el distrito, la fecha, el nombre del artista si lo conoces y cualquier detalle que te parezca clave (“pintado durante marcha tal”, “mural hecho con vecinos”, “encargo de marca X”). Esa información se vuelve oro cuando alguien quiera mapear murales o contar la historia de la escena años después.

Vídeo: del registro rápido a la pequeña crónica

El vídeo permite mostrar cosas que la foto no capta: el proceso de pintura, el sonido del barrio, la reacción de la gente, el tráfico, la música que sale de los puestos. Incluso clips cortos pueden dar mucha información si se graban con calma. Un paneo lento del mural completo, una toma general donde se vea el movimiento de la calle, un detalle de manos pintando o de rodillos subiendo y bajando dicen muchísimo sobre cómo se construye la pieza.

Si vas a documentar procesos, intenta no convertirte en obstáculo. Pregunta antes de meterte muy cerca: algunos artistas prefieren que ciertas etapas no se graben, sobre todo si están haciendo pintas ilegales o en zonas sensibles. Mantén el trípode o el celular en un lugar donde no bloquees la vereda ni obligues a la gente a esquivarte. Y evita narraciones exageradas: muchas veces basta con dejar que el sonido ambiente y la imagen hagan su trabajo.

Una pequeña crónica en vídeo puede combinar planos del mural terminado, fragmentos del proceso y, si hay confianza, un par de respuestas del artista sobre la pieza. No hace falta un equipo de cine: con un celular y algo de cuidado en la estabilidad y el audio puedes armar materiales muy útiles para archivo, talleres o proyecciones comunitarias.

Respeto por la obra y por el barrio

Documentar con respeto significa recordar que el mural no está en un escenario neutro, sino en un lugar donde vive gente. No bloquees puertas ni veredas por conseguir “la foto perfecta”, no subas a techos o estructuras ajenas sin permiso y no muevas objetos de la calle (carretillas, puestos, sillas) como si fueran parte de tu set. Si alguien te mira con incomodidad, es buena idea explicar rápidamente qué estás haciendo y, si hace falta, cambiar de ángulo.

Con las personas también hay que tener cuidado. Antes de grabar de cerca a vecinos, niños o comerciantes, pide permiso. En muchos barrios hay desconfianza hacia cámaras por experiencias previas con prensa o autoridades; llegar sonriendo, saludar y preguntar suele abrir puertas que el zoom no abre. Si alguien te dice que no quiere salir, respeta eso y busca otro encuadre.

En el caso de piezas hechas sin permiso (grafitis ilegales, intervenciones en espacios muy vigilados), piensa dos veces qué datos compartes. Mostrar claramente el rostro del artista, la placa del carro donde se mueve o la ruta exacta para llegar puede exponerlo a problemas. A veces lo más responsable es guardar ciertos registros para archivos privados o compartirlos solo en contextos de confianza.

Cómo organizar y guardar tu archivo

Las fotos y vídeos no sirven de mucho si se pierden en carpetas llamadas “DCIM” o “murales varios”. Un mínimo de orden hace la diferencia. Puedes empezar creando una estructura simple en tu computadora o nube: país > ciudad > distrito > año. Dentro de cada carpeta, pon nombres de archivo que digan algo: “2024-03-barranco-mural-senora-flores.jpg” cuenta más que “IMG_3847.jpg”.

Agregar metadatos también ayuda. Muchas cámaras y celulares permiten incluir información básica en las propiedades del archivo: autor de la foto, lugar, palabras clave. Si trabajas con programas de catalogación (como Lightroom, Bridge o similares), puedes usar etiquetas para agrupar por artista, tema (“memoria”, “LGBTIQ+”, “fútbol”) o tipo de espacio (colegio, mercado, avenida, cerro).

Además de las imágenes, considera llevar un documento de texto o una hoja de cálculo donde registres datos clave de cada mural: ubicación, artista, fecha aproximada, contexto (festival, encargo, proyecto comunitario, pinta independiente), estado actual (nuevo, intervenido, borrado). Esa información puede alimentar después mapas, investigaciones, exposiciones o simplemente conversaciones más informadas sobre la escena.

Compartir en redes sin poner en riesgo la escena

Publicar en redes tiene ventajas y riesgos. Por un lado, da visibilidad a artistas y barrios que muchas veces no aparecen en los medios. Por otro, puede atraer turismo descontrolado, intervenciones invasivas o atención indeseada de autoridades y marcas. Antes de postear, pregúntate para qué y para quién estás compartiendo.

Una pauta simple: si el propio artista ya está difundiendo la pieza y te ha animado a hacerlo, es más fácil moverla sin problema, siempre acreditando su trabajo. Si se trata de una pinta delicada —por el contenido político, el lugar o el modo en que se hizo— quizá sea mejor guardar la ubicación exacta o no etiquetarla tan claramente. A veces basta con indicar la ciudad y el barrio sin dar coordenadas precisas.

Cuando publiques, intenta evitar que el mural quede reducido a “fondo para selfie”. Puedes incluir en el texto algo de contexto: quién lo hizo, en qué barrio está, qué tema aborda. Y si estás trabajando un proyecto más amplio sobre escenas de arte urbano, deja claro que tu intención no es apropiarte del trabajo ajeno, sino aportar a una mirada más completa de lo que pasa en las paredes del país.

Cierre: mirar, registrar y cuidar

Documentar arte urbano es un acto de atención. Obliga a frenar un poco el paso, a encuadrar, a pensar qué se ve y qué se deja fuera, a escuchar lo que pasa alrededor del muro. Si se hace con cuidado, puede aportar memoria, materiales para investigación, insumos para proyectos educativos y, sobre todo, respeto por quienes están poniendo tiempo, cuerpo y recursos en pintar la ciudad.

No hace falta equipo caro ni grandes conocimientos para empezar. Alcanzan un celular, algo de orden, ganas de aprender y una actitud que priorice el cuidado por la obra y por el barrio por encima del “contenido” rápido. A partir de ahí, cada foto o vídeo deja de ser solo un recuerdo personal y se convierte en parte de un archivo más grande sobre cómo se veían nuestras calles en este tiempo.

La próxima vez que te quedes mirando un mural piensa si vale la pena registrarlo, cómo, para quién y con qué nivel de detalle. Y si decides hacerlo, recuerda que estás entrando en una conversación que no empezó contigo y que seguirá cuando tú te vayas: la conversación entre arte urbano, ciudad y personas que lo viven día a día.

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