Artista urbano peruano pintando un gran mural en un barrio, con escalera, botes de pintura y casas y cables de fondo, en plena vida cotidiana.

Cómo piensan los artistas urbanos: entrevistas y historias detrás de los muros

Mucho antes de que un muro llegue a una foto compartida, ya pasó algo en la cabeza y en la vida de la persona que lo pintó. Detrás de cada rostro gigante, de cada letra y de cada frase hay decisiones, dudas, recuerdos de barrio y conversaciones que casi nunca aparecen en las imágenes. Esta guía abre una rendija a ese “detrás”, a la manera en que piensan y hablan muchos artistas urbanos en Perú y en otros lugares de Latinoamérica.

No es una colección de entrevistas completas ni un desfile de frases sueltas. Funciona más bien como un collage armado con patrones que se repiten cuando se conversa muchas veces con quienes pintan paredes. Aparecen motivaciones que vuelven, conflictos con el dinero y con los encargos, formas de hablar sobre el proceso y emociones que acompañan a cada muro que nace, se transforma o desaparece.

La idea es que al terminar de leer tengas una imagen más nítida de quién está del otro lado del aerosol o del rodillo, incluso si solo ves una foto de portada o una pieza aislada. Que cuando pienses en “artista urbano” no veas solo una firma o un estilo, sino también la mezcla de vida cotidiana, oficio, política, juego y contradicciones que sostiene esos colores.

Qué buscamos cuando hablamos con artistas urbanos

Cuando se conversa en serio con artistas urbanos, las preguntas no se quedan en “qué significa este mural”. Lo que se busca entender es cómo se conectan su vida, su barrio, sus referentes y sus decisiones con lo que termina en la pared. A menudo las conversaciones empiezan con cosas simples, como cómo empezaron a pintar o dónde fue su primera pared, y poco a poco se abren hacia temas más profundos, por ejemplo miedos, cambios de estilo, relaciones con la familia.

Suelen funcionar bien las preguntas que no piden una interpretación oficial de la obra, sino que apuntan a la experiencia. Qué estaban viviendo cuando salió cierta serie de personajes. Cómo reaccionó el barrio a un muro que habla de violencia. Qué cosas de su vida fuera del arte se cuelan en las decisiones de color o de tema. En este texto se recogen justamente esos hilos que aparecen una y otra vez en muchas entrevistas distintas, sin revelar chismes ni historias privadas, sino patrones que ayudan a entender la cabeza de quien pinta.

Motivaciones comunes: identidad, barrio, política y juego

Si se escuchan muchas entrevistas seguidas, empiezan a repetirse ciertos motivos. Uno es la identidad. Mucha gente habla de raíces andinas o afroperuanas, de mezcla costeña y serrana, de sentirse de barrio pero al mismo tiempo de ciudad entera. Aparecen frases como “pinto para que se vea que este barrio existe” o “nadie en los libros de arte se parece a mi familia, así que los pongo en los muros”.

Otro tema constante es el propio barrio. Hay recuerdos de niñez, de canchas, de esquinas peligrosas y de fiestas largas en la calle. El muro se vuelve una forma de limpiar una etiqueta negativa o de afirmar un orgullo que ya estaba, por ejemplo cuando alguien dice que pinta para que no solo se hable de delincuencia, sino también de color y talento.

La política también está presente, aunque no siempre con consignas directas. Se habla de desigualdad, de abuso policial, de corrupción, de racismo cotidiano. A veces el mensaje es explícito. Otras veces está en la decisión de quién aparece grande en la pared, qué cuerpos y qué historias se muestran con dignidad. Junto a todo esto también existe el juego. Algunas personas reconocen que ciertos muros nacen simplemente del deseo de probar un tono nuevo, un personaje raro o una combinación absurda que les divierte. La mezcla de mensaje serio y placer de pintar suele ser más real que la idea del arte urbano como panfleto sin alegría.

Vidas entre varios mundos: calle, encargos y galerías

Pocas personas que pintan muros viven en un solo mundo. La mayoría se mueve entre al menos tres espacios. Está la calle pintada por iniciativa propia o con el permiso informal del vecindario, donde la recompensa principal es la sensación de libertad, la conversación con la gente del barrio y el respeto entre crews. Allí es donde se experimenta sin filtro, donde se prueban ideas que quizá nadie pagaría pero que son necesarias para el propio proceso.

Luego están los encargos. Murales para negocios pequeños, proyectos con municipios, campañas para marcas grandes. En ese terreno entran el presupuesto, los plazos, los logos y las revisiones de cliente. Algunas personas cuentan que al principio sienten que están vendiendo el estilo y que les cuesta negociar qué sí y qué no aceptan pintar. Con el tiempo varias descubren que estos trabajos también pueden ser espacios para colar mensajes, probar técnicas a gran escala y financiar proyectos personales.

Un tercer espacio son las galerías, ferias y la venta de obra en papel, lienzo o productos. No todo el mundo entra ahí, pero quienes lo hacen hablan de una mezcla de orgullo y extrañeza. De pronto el mismo personaje que estaba en una pared descascarada aparece en una sala blanca con vino y catálogos. Algunas personas se sienten cómodas, otras mantienen distancia. Muchas veces la pregunta que vuelve es hasta qué punto esos movimientos entre calle, encargos y mercado del arte cambian la voz original o, por el contrario, la hacen más sostenible.

Cómo describen su proceso: del boceto al muro real

Cuando se les pide que cuenten cómo nace un muro, muchos artistas dibujan con palabras una ruta flexible. Suelen empezar con bocetos en cuadernos, hojas sueltas o tabletas, a veces llenos de correcciones. Recogen referencias de libros, de fotos de familia, de noticias, de otros murales vistos en viajes. Elegir el muro también forma parte del proceso, ya sea porque ese lugar lleva tiempo pidiéndoles algo o porque un vecino, una marca o un festival lo puso sobre la mesa.

Varias personas cuentan que el diseño siempre cambia al llegar a la pared. La escala obliga a simplificar formas. La textura del cemento, las ventanas o los cables obligan a mover elementos. El clima y la luz hacen que ciertos colores se vean distintos, así que hay que ajustar sobre la marcha. Quienes trabajan en crew describen una especie de coreografía donde alguien se encarga de las letras, otra persona de los personajes, otra del fondo, y se van pasando el muro como si fuera una conversación. Incluso en los proyectos más planificados hay espacio para improvisar, ya sea por un comentario del barrio, por un accidente con la pintura o por una idea que surge en pleno cansancio y termina siendo el detalle favorito de todos.

Lidiar con límites: tiempo, permisos, dinero y ciudad

En las historias de proceso también aparecen siempre los límites. Uno es el tiempo. Hay quien solo puede pintar de noche después de otro trabajo, o en fines de semana, o durante los pocos días que dura un festival. Eso significa madrugadas, sol fuerte, comida rápida y jornadas largas de trabajo físico.

Otro límite son los permisos. A veces se consiguen rápido gracias a contactos con vecinos o colectivos, otras veces se prometen y no llegan y el muro se queda en pausa. Hay relatos de proyectos que tardan meses en aprobarse por trámites municipales y de otros que nacen en una sola noche sin pedir permiso a nadie. El dinero también aprieta. Pintura, andamios, transporte, comida y a veces hospedaje salen de presupuestos que casi nunca son holgados. Más de una vez lo que se gana en un encargo se reinvierte en otro muro que nadie paga.

La ciudad misma se vuelve una protagonista difícil. El tráfico, la policía que desconfía, los niños que quieren ayudar, los vendedores que se instalan al lado, la música que sale de una ventana y cambia el ánimo del día. Muchas cosas que el público ve como detalle genial nacen de negociar con estos factores, no de un plan perfecto.

Lado emocional: paredes borradas, críticas y obras que desaparecen

En las conversaciones sobre murales casi siempre aparece el tema de las paredes que ya no existen. Cuando una pieza ilegal se tapa con pintura gris, algunas personas lo toman como parte del juego y repiten que la calle no es un museo. Sin embargo, cuando se borra un muro hecho con vecinos o una obra muy personal que hablaba de un duelo o de una lucha política, la sensación es distinta. Hay rabia, tristeza, preguntas sobre quién tomó la decisión y por qué.

También pesa la forma en que se recibe la obra. Que un muro circule en redes con miles de elogios puede dar alegría, pero no siempre coincide con lo que se siente en el barrio. En entrevistas aparecen comentarios como que en internet todos están felices, pero la señora de la esquina dijo que el personaje le daba miedo, o que dolió más el comentario de un vecino que cualquier cosa en redes. Las críticas que llaman vandalismo a todo lo que no está patrocinado también dejan huella, sobre todo cuando llegan de la propia familia o de autoridades locales.

Finalmente están las desapariciones que dependen de la ciudad misma. Un edificio remodelado, un terreno vendido, una fachada demolida. Muchos artistas hablan de una mezcla de nostalgia y orgullo cuando pasan por un lugar donde estuvo una de sus primeras piezas y ya no queda nada. Es parte de la vida del muro. Duele, pero al mismo tiempo recuerda que la ciudad sigue cambiando y que siempre habrá nuevas superficies por conquistar.

Cómo acercarse a entrevistas: respeto, preguntas y escucha

Para quienes quieren entrevistar a artistas urbanos, ya sea como medio, como proyecto o simplemente como fans curiosos, las propias personas entrevistadas dejan varias pistas. La primera es el respeto. Llegar al encuentro a la hora acordada, presentarse con claridad, explicar para qué se usará la conversación y pedir permiso antes de grabar o de sacar fotos. Tratar al artista como alguien que trabaja y cuida su tiempo, no como una máquina de frases llamativas.

En lugar de quedarse en preguntas superficiales, suele ayudar ir hacia el proceso, el barrio y las dudas. Preguntar cómo se organizan para sobrevivir entre encargos y proyectos personales, qué sienten que ha cambiado en la escena desde que empezaron, cómo reaccionó su gente cuando vieron el primer muro grande. Escuchar las respuestas completas sin interrumpir abre historias que no aparecerían en un cuestionario rígido. Y siempre es buena idea pedir su visto bueno si se van a publicar frases sensibles o anécdotas íntimas.

Contar historias detrás de los muros con una sola imagen

Este texto funciona como un retrato colectivo que debería servir incluso si la persona lectora solo ve una imagen de cabecera. Eso exige escribir de manera que las frases casi funcionen como primeros planos de entrevistas, pausas, risas, silencios incómodos y momentos de cansancio. Las escenas se construyen con palabras más que con galerías de fotos.

La idea es que alguien pueda cerrar los ojos y imaginar al artista apoyado en la escalera mirando el boceto, discutiendo con una vecina sobre el color de un vestido, riéndose de un perro que se llevó una lata de pintura o guardando en el celular la última foto de un muro que sabe que pronto cubrirán. Más adelante otros textos del sitio podrán profundizar en entrevistas completas, ensayos fotográficos o perfiles en video. Este funciona como un viaje escrito por los temas que se repiten cuando se pregunta cómo piensan quienes pintan la ciudad.

Cierre: escuchar lo que el muro no muestra

Cada muro tiene al menos dos historias. Una es la que se ve a simple vista, con sus colores, sus letras y sus personajes. La otra es la que se cuenta en voz baja cuando se apaga la cámara y el artista habla de su identidad, de su barrio, de la política que atraviesa su vida, de las personas que lo apoyan o lo critican, del cansancio físico de subir y bajar andamios, del miedo a no llegar con el dinero a fin de mes.

En la mayoría de las conversaciones vuelven los mismos hilos. Personas que pintan para verse representadas donde antes no estaban. Gente que quiere que su barrio tenga algo más que paredes grises o anuncios. Personas que navegan entre la calle, los encargos y las galerías tratando de no perder la voz propia. Creadores que convierten bocetos pequeños en muros enormes mientras negocian permisos, tiempo, clima y expectativas ajenas. Artistas que aprenden a dejar ir obras que desaparecen y a convivir con el hecho de que nada en la ciudad es eterno.La próxima vez que pases frente a un mural en Perú, puedes verlo como un fondo bonito para una foto o como la punta visible de una vida entera que piensa, siente y decide mucho más de lo que muestra la pared. Escuchar lo que el muro no dice de manera directa, imaginar la entrevista que hay detrás y reconocer el trabajo que sostiene esos colores puede cambiar la forma en que caminas por la ciudad. Y puede ser el primer paso para relacionarte con el arte urbano no solo como espectador rápido, sino como parte de la conversación que lo mantiene vivo.

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